sábado, 23 de junio de 2007

Campamento laboral. Traslado a El Escorial.

Pasaré las próximas semanas en El Escorial. Me voy a una especie de campamento de verano para especialistas, expertos y personas de mundo. Seré una mera piltrafilla, lo sé. Un insignificante eslabón en la cadena de la información. Pensad en una pasarela luminosa que algunos individuos ilustrados atraviesan con sus maletitas, sus ilusiones, sus conocimientos y sus dudas. Imaginaos un Gran Hermano de intelectuales en el que una servidora podría ser nominada a la primera de cambio, no pasaría ni el casting. Creo que lo que suele decirse en estos casos es que, intentaré ser fuerte - que sé que los míos me esperan fuera, y sobre todo, espero no avergonzarme de la persona que vaya a defenderme en el plató el día de la gala, por favor.

A diferencia de los participantes en estos concursos, considero que estaré bastante a gusto, no tendré que soportar frases tipo ‘pa chulo-chulo-mi-pirulo’ y además aprenderé muchísimo. Al igual que ellos, también estaré con todos los gastos pagados - la pensión completa de toda la vida, y los fines de semana volveré a casa. Dos de ellos me iré de boda, y el resto, pues lo que surja, que es verano.

Preparando las maletas, me llega ahora el vivo recuerdo de aquella extraña sensación, cuando me preparaba para ir a mi primer campamento. El valle del Jerte, en pleno mes de julio. Y veo a aquella niña chica de seis años, con el pelo cortito y la tripa encadenada en un amasijo de temores y de curiosidad. Con un peto vaquero, la fascinación por lo desconocido, y unas ganas increíbles de ver cosas nuevas. Repaso además mi cantimplora con esa funda verde para conservar el agua fría, aquella cámara de fotos con su carrete. El puñetero gorro que me compraron y que nunca me puse, y la melancolía se me agarra justo en la garganta.

Y añoro este momento, por lejano, por inolvidable. El instante en el que mi padre me dio mi primer diario. Con cariño, en una especie de susurro, me dijo ‘para que escribas todo lo que te pasa, todo lo que ves y que nunca se te olvide’.. Ese fue el primero, por eso no puedo dejar de recordarlo tan nítido. Después no pude dejar de escribirlos, vinieron tantos que no me cabían en los cajones, pero en aquella libretita garabateé mi pequeño mundo casi cuando no sabía ni juntar letrajos. Me acuerdo cómo lo escribía todas las noches, cómo contaba lo que había aprendido y lo que echaba de menos a mis padres. Cualquier niño en mi situación habría disfrutado del campamento, y por regla general, yo era un auténtico rabo de lagartija, pero a la semana ya no podía más. Fue un caso rarísimo. Todo terminó en quince días, cuando casi al final, hubo una jornada de visita de padres y yo me largué con los míos. Después de llorar, berrear y decirles que ya había escrito todo lo que tenía que escribir y ya había hecho muchas fotos, que no se preocuparan, yo quería estar con ellos. Más tarde se me pasaría esta morriña, porque a los 12 años me fui a Manchester solita, y tan bien.

Las próximas semanas estaré en El Escorial. Escribiendo, preguntando, curioseando, brujuleando. A lo mejor todo comenzó con aquella libreta y con ella descubrí lo que me gusta escribir, preguntar y curiosear. Lo bueno es que por esto me pagan, como a los de Gran Hermano, aunque haciendo algo más constructivo para la sociedad.

Seguiremos informando.

martes, 19 de junio de 2007

Cierto Desconcierto

De qué se habla cuando no hay nada que decir.
Qué se piensa si no hay tiempo para pararte y escuchar.
En qué se convierte el recuerdo cuando lo cómodo es el olvido.
Por qué el silencio es la única respuesta.

Tú podrás contestar lo que quieras, yo sólo te diré alguna verdad.

Supongo que el mundo sigue su curso y no le inquieta ninguna de estas cuestiones banales.
Adivino que todo sigue sucediendo sin importar demasiado dónde nos vamos a caer.
Seguro que eres el mismo y yo te hubiera confundido con cualquiera que se te parece.
Porque si te agarra Soledad, esa amante malquerida, es cuando te asalta lo vivido.

Este cierto desconcierto.

lunes, 4 de junio de 2007

El veterinario. O lo que no mata…

Sí que era un día precioso aquél.

Las nubes se mantenían en su sitio, el sol polucionado parecía seguir brillando y ningún asteroide amenazaba con mandarnos a todos a Pernambuco. Menos mal. Pese a este idílico comienzo, R’mosa llevaba varios días inerte cual gema en el museo geominero. En un estado semiinconsciente, con los ojos como dos tomates de la huerta murciana y sumida en un mal de amores de los malos. Sólo salía de su madriguera para ingerir algunos alimentos o para visitar el baño, tareas estas necesarias para la supervivencia en familia, y compatibles con sollozos múltiples. Poco más hacía la pobre, a parte de gimotear a menudo y sacar a pasear a veces a su honorable mascota, lar’mosita. Menos mal que tenía a esta perrita, su niña, su tesoro, al menos ella le enseñaría que la vida aunque nos sorprenda, es bella bella.

Pues estaba R’Mosa en su habitación - como casi siempre, pensando en lo horrible de la vida en general y de su destino en los últimos tiempos en particular, cuando le entraron unas ganas irrefrenables de meterse en la cama sólo por el gusto de amanecer cinco días después. De esta guisa estaba: los ojos hinchados - uno de ellos infectado, su pijama de Hello Kity, y otros penosos detalles que no vienen al caso…en fin. Tanto sus circunstancias personales como sus carencias vitales la conducían a irse directa al carajo, pasando antes por la cama.

Mientras en su casa, Mamá M. preparaba la cena y Papá P. -que pasaba por su cuarto, consideró oportuno inducirla al movimiento, arengándola para que saliera de la cama y de paso levantara el país…pero no estaba ella para muchas monsergas. Cuando…oh! en el sopor de un sueño interrumpido, escuchó a su madre desde la cocina gritarle '¡lar’mosita se está comiendo algo raro raaaro!'. ¡lar’mosita parecía estar auto envenenándose con una bolsita de ‘Silica Gel’!. ¡Virgen Santa!. Ante la adversidad, traducida en su persona en un instinto maternal desconocido, un resorte de heroicidad empujó a R’mosa de la cama, sabiendo que de sus movimientos podría depender el futuro de su adorada criatura. Rápidamente, le puso la cadena, cogió su cartilla perruna y se puso unos pantalones –sin cambiarse la parte de arriba de su pijama de Hello Kitty, porque actuó como una madre entregada y preocupada, sabiendo que la vida de su mascota estaba en peligro y pendía de un mini hilo.

Corrió todo lo que pudo correr. Todo lo que pueden correr las personas con las que no querían jugar los demás niños en el colegio, porque su lentitud había quedado demostrada en innumerables horas de recreo. Corrió, buscó la consulta del veterinario de guardia y la encontró, pasando por alto a todas las personas que como ella temían por la integridad de sus animales. Sabía que tenía que actuar con rapidez porque su perra era pequeña y su digestión, por tanto, más corta de cara a un más que probable envenenamiento estomacal.

De repente, R’mosa intenta explicarle acaloradamente todo lo ocurrido a la enfermera cuando la sorprende la visión de un semi dios. Un ser mitológico con una inmaculada bata blanca y un conejito entre los brazos. Pese a que el animalito tenía evidentes molestias y un cucurucho de los que les ponen a los animales para que no se laman las heridas, R’mosa descubre que no deja de ser paradójico que el veterinario de urgencias pueda pasar por actor porno sin problemas..y cae en la cuenta de que ella tiene los ojos como morcillitas, está despeinada, sudorosa, y lleva puesta una camiseta con letras rosas, purpurina y un contundente eslogan: the only way is the pink way…

El veterinario de urgencias, resultó ser un verdadero Dios, un ser supremo. A parte de tener toda la facha de galán, actuó con absoluta honradez médica y humana. De este modo, le expuso la situación a R’mosa, explicándole que iba a cobrarle 100 euros por algo que igual no funcionaba ni sacaba de la muerte a su perrita, puesto que un estómago tan pequeño tardaba en envenenarse menos de lo que podía imaginarse. Después, le dijo que le diera sal hasta que la perra vomitara, y que la observara durante dos horas. A ella no le consoló la penúltima frase que pronunció su adonis ‘si no se muere, está salvada’, porque le pareció de lo más obvia, pero dejó que la sal actuara y un cuarto de Kilo de sal gorda después, lar’mosita estaba salvada.

Atrás quedaron los ojos hinchados y los desvelos. Ahí siguió ella con la infección en su ojo - producto más que probable de la poca higiene y escaso decoro de los monitores de la piscina. Hinchazón ocular que fue una excusa más para que no la dejaran trabajar en su labor de cara al público. Pero la vida se adivinaba bella, porque siempre hay un roto para un descosido. Porque ahora ella tiene un nuevo trabajo: sustituirá al tipo que hace de logotipo del Parque de Atracciones, donde no existen discriminaciones. Porque lo que no te mata… te hace más fuerte.

(Gracias infinitas a los personajes de esta historia, sin los cuales habría sido imposible transcribirla..).