Queridos y adorados todos: Les informo, les digo. Ya, intentaré explicarme y explicarles… 'sisisisisi que ya va siendo hora, híjole'. Les percibo impacientes, y añadiría que mejicanizados diablillos. Pues órale…
Esta entrada terapéutica podría tener un destinatario o quizás mejor una destinataria, aquí manda la que escribe y suele escribir lo que quiere. Bueno, poniéndonos en el peor de los casos estas palabras que leerán a continuación podrían pertenecerles a casi 4 millones de personas. Familias enteras ‘enteramente expertas en el noble arte de vivir del aire’.
Va por ustedes, va por ti…
Decíamos en episodios anteriores que ‘por todos mis compañeros’, pues ahora también para aquellos que nos acompañan a lo largo de nuestra vida; que le estarán viendo - por un agujerito, o un ventanal, los cuernos al torito bravo de la crisis. Ese torito tan feo, ay, con los huevos tan negros como un grillo. Negro negro al igual que nos pronostican este futuro incierto los agoreros más agoreros. Maldita crisis, lo sé. Por no utilizar, disculpen, otro adjetivo que se ajusta mejor a esta etapa: 'bien jodida', nos consolaremos, así estaba también la Bien Pagá…
A vosotros, a ti.
Los potenciales destinatarios de este post, quizás sólo una niña guapa con los ojos cansados de llorar (o puede que todos los que lo estáis muy malamente pasando).
Esta entrada terapéutica podría tener un destinatario o quizás mejor una destinataria, aquí manda la que escribe y suele escribir lo que quiere. Bueno, poniéndonos en el peor de los casos estas palabras que leerán a continuación podrían pertenecerles a casi 4 millones de personas. Familias enteras ‘enteramente expertas en el noble arte de vivir del aire’.
Va por ustedes, va por ti…
Decíamos en episodios anteriores que ‘por todos mis compañeros’, pues ahora también para aquellos que nos acompañan a lo largo de nuestra vida; que le estarán viendo - por un agujerito, o un ventanal, los cuernos al torito bravo de la crisis. Ese torito tan feo, ay, con los huevos tan negros como un grillo. Negro negro al igual que nos pronostican este futuro incierto los agoreros más agoreros. Maldita crisis, lo sé. Por no utilizar, disculpen, otro adjetivo que se ajusta mejor a esta etapa: 'bien jodida', nos consolaremos, así estaba también la Bien Pagá…
A vosotros, a ti.
Los potenciales destinatarios de este post, quizás sólo una niña guapa con los ojos cansados de llorar (o puede que todos los que lo estáis muy malamente pasando).
Os servirá este mensaje tántrico - tan claro y útil para interiorizarlo y repetirlo siempre, a diario, por las mañanas y por las tardes y por las noches. Este será el recado, la receta mágica que les susurro, ya sin más milongas del marinero: no desfallezcas, no te rindas, levántate y lucha. Me está sonando esto a 'Levántate y anda...' Pues de eso se trata, esa es la actitud. Anden queridos, anden. No se me queden ustedes parados... (quiédicí, más parados de lo que puedan encontrarse en estas circunstancias adversas de la vida)
Ya saben que no está en nuestro ánimo -no por ahora- remover demasiado las conciencias, ni mucho menos sulfurar ánimos; porque las unas y los otros andan revueltos en este periodo para pocos trotes. Y al trote al trote, al galope al galope: 'cochinero siempre' no olviden este nuestro sabor a dehesa extremeña… A ver si puedo continuar, que me pierdo como siempre…
Voy a contarles una historia basada en hechos reales y modificada a placer; de las que les gustan a ustedes -por aquello del morbo fácil, la identificación con los protagonistas; esa motivación que nos lleva a ver truños de peli de sobremesa los fines de semana siempre que no tenemos un buen dvd a mano. Ahí va la historia, marchando una de drama:
Marta se ha cansado de llorar. Con la última lágrima que han derramado sus ojos inquietos se le escapa un suspiro contaminado con rabia. Es angustia, es miedo, es incertidumbre. Es dolor. Le supera y le hace más pequeña; porque todo ahora le supera y empequeñece. Mientras sus ojos se empañan, recoge las últimas cajas que han decorado su vida y su alma durante cinco años de convivencia con extraños a los que ella ha sentido como una familia; rescatándolos a veces de mundos totalmente ajenos.
Ahora es ella la extranjera. Ella la que tiene que regresar al Hogar.
No es un regreso feliz, no tiene nada que ver con el que nos venden por la tele cuando el soldadito valiente llega a casa por Navidad; porque ahora no es navidad y sin darnos cuenta se ha terminado febrero y hemos llegado a marzo. El mes de las flores, el de la primavera en el Corte Inglés, el mes de la reinserción familiar. Marta no quiere volver a casa de sus padres, aunque sabe de antemano que no le queda más remedio que aceptar la situación. Una nueva partida que para ella ha empezado con una derrota.
Al tiempo que se sumerge en su pena, recuerda y se maldice, ‘por qué no me dirían más veces de niña aquello de no te rindas…’
Seguro que se lo dijeron mil veces. Pero, ella era tan pequeña y tan frágil: dichosa y sincera en el desconocimiento que regala la inocencia. Justo por eso probablemente no lo recuerde. Pero se lo dijeron, se lo siguen diciendo ahora. Ahora también se lo digo yo; igual le han dicho los suyos que vuelva con ellos hasta que pase el temporal. Porque eso es lo único cierto: el temporal va a pasar.
Regresará a la casa donde tuvo una habitación propia con vistas al cielo. El cuarto de un hogar en el que se hizo mayor; donde conoció personajes que salían impertinentes de sus libros de cuentos; con los que aquella niña mágica mantenía conversaciones surrealistas y hablaban acerca de la vida, de sus grandes misterios; protagonistas de cuentos que huían porque Marta nunca se cansaba de preguntar.
Marta, no estás sola.
Yo estoy contigo, y mis manos para agarrarte, mis oídos para escucharte, y mis ojos para llorar contigo, porque después de llorar volverán a brillar juntos. Más grandes, renovados y limpios que nunca.
Guapa, porque te lo mereces.
Ya saben que no está en nuestro ánimo -no por ahora- remover demasiado las conciencias, ni mucho menos sulfurar ánimos; porque las unas y los otros andan revueltos en este periodo para pocos trotes. Y al trote al trote, al galope al galope: 'cochinero siempre' no olviden este nuestro sabor a dehesa extremeña… A ver si puedo continuar, que me pierdo como siempre…
Voy a contarles una historia basada en hechos reales y modificada a placer; de las que les gustan a ustedes -por aquello del morbo fácil, la identificación con los protagonistas; esa motivación que nos lleva a ver truños de peli de sobremesa los fines de semana siempre que no tenemos un buen dvd a mano. Ahí va la historia, marchando una de drama:
Marta se ha cansado de llorar. Con la última lágrima que han derramado sus ojos inquietos se le escapa un suspiro contaminado con rabia. Es angustia, es miedo, es incertidumbre. Es dolor. Le supera y le hace más pequeña; porque todo ahora le supera y empequeñece. Mientras sus ojos se empañan, recoge las últimas cajas que han decorado su vida y su alma durante cinco años de convivencia con extraños a los que ella ha sentido como una familia; rescatándolos a veces de mundos totalmente ajenos.
Ahora es ella la extranjera. Ella la que tiene que regresar al Hogar.
No es un regreso feliz, no tiene nada que ver con el que nos venden por la tele cuando el soldadito valiente llega a casa por Navidad; porque ahora no es navidad y sin darnos cuenta se ha terminado febrero y hemos llegado a marzo. El mes de las flores, el de la primavera en el Corte Inglés, el mes de la reinserción familiar. Marta no quiere volver a casa de sus padres, aunque sabe de antemano que no le queda más remedio que aceptar la situación. Una nueva partida que para ella ha empezado con una derrota.
Al tiempo que se sumerge en su pena, recuerda y se maldice, ‘por qué no me dirían más veces de niña aquello de no te rindas…’
Seguro que se lo dijeron mil veces. Pero, ella era tan pequeña y tan frágil: dichosa y sincera en el desconocimiento que regala la inocencia. Justo por eso probablemente no lo recuerde. Pero se lo dijeron, se lo siguen diciendo ahora. Ahora también se lo digo yo; igual le han dicho los suyos que vuelva con ellos hasta que pase el temporal. Porque eso es lo único cierto: el temporal va a pasar.
Regresará a la casa donde tuvo una habitación propia con vistas al cielo. El cuarto de un hogar en el que se hizo mayor; donde conoció personajes que salían impertinentes de sus libros de cuentos; con los que aquella niña mágica mantenía conversaciones surrealistas y hablaban acerca de la vida, de sus grandes misterios; protagonistas de cuentos que huían porque Marta nunca se cansaba de preguntar.
Marta, no estás sola.
Yo estoy contigo, y mis manos para agarrarte, mis oídos para escucharte, y mis ojos para llorar contigo, porque después de llorar volverán a brillar juntos. Más grandes, renovados y limpios que nunca.
Guapa, porque te lo mereces.