Dispongo, aproximadamente, de media hora para contarles una historia de amor. De amor locuelo, juvenil, sincero, adolescente e irracional. Mal empezamos, porque les prevengo: a esta humilde terapeuta sólo hay algo que le pone más nerviosa que le controlen el tiempo; y es que, reloj en mano, le cronometren cuánto aguanta sin respirar bajo el agua, que aprovecho para decir que es muchísimo: infinito, vamos. Es lo que tenemos las sirenas, aunque estemos varadas (¿?)
Podría empezar acaparando su atención por completo, confesándoles entre susurros que esta entrada nació a las cuatro de la madrugada, en una habitación callada, con la luz apagada, y el corazón roto, pero les estaría mintiendo vilmente, como una bellaca difamadora, una Maria Patiño del montón. También podría comentarles la que se ha revelado como 'anécdota del día', en este sábado frío de narices. Y es que esta mañana, sin previo aviso, un hombre ha llamado a mi puerta. Han leído bien: un hombre. Huelga decir que sus pies se han encontrado con nuestro felpudo, que reza desafiante ‘All you need is love’
Desgraciadamente, se trataba del Señor del Gas, que no tendría planes mejores para hoy, y ha decidido despertarme a las 12:35 de la mañana; cuando me encontraba en una especie de maldito duermevela, después de una noche que podríamos calificar como toledana. Tras abrirle la puerta de mi humilde morada al grito de ¡¡el del Gaaaaaaas!! , esta persona se me ha quedado mirando fijamente a los ojos, evidentemente y como manda la costumbre, sin desmaquillar, y en tono de sorna ha añadido, ‘he venido antes, pero debías de estar...’ ‘Durmiendo’, he dicho terminando la frase por él, ‘estaba durmiendo, que ayer he llegado muy tarde, ¿¿sabe usted, Sr. D. Tocando las narices un sábado por la mañana??’
El señor revisor, pertrechado con un enorme maletín negro, como si de un cazafantasmas se tratara, ha entrado raudo en mi cocina, y ha sacado lo que a todas luces era el mando a distancia de una muñeca chochona gigante. Pero no, era un captador de energías negativas, o eso he creído entender: un aparato que mediría la pureza del aire que se respira en mi casa, que ya sabía yo sin que él me lo dijera que mucha no es. Lo malo es que, ante mi desconcierto, el tipo pasaba el mando cerca de la instalación del gas, y sonaba todo el rato, 'pipipipipipiiiiiiiiii', extremo éste que me ha sobrecogido y me ha hecho replantearme la salubridad del oxígeno que respiro en mi propio hogar. Ha intentado tranquilizarme diciéndome que era normal, 'porque hay muchos aparatos eléctricos en la cocina, que pueden interferir en las energías analizadas', 'sisisisí, y la abuela fuma', pensaba yo. Pero, su cara decía otra cosa, algo así como ‘madre mía, como esto pete un día…’
Menos mal que cuando ha examinado la parte de la instalación más importante de la vivienda, la de la calefacción, su diagnóstico ha sido alentador. ‘Tranquila’, ha dicho, ‘¿ves como ahora no suena? no hay ninguna fuga de gas’. Joder, menudo tacto. Gracias al cielo. Ya estaba imaginando, desde mi desbordante creatividad, que antes de que este intrépido señor abandonara mi casa, esta pobre casa iba a volar por los aires.
Nada, que al final se me ha pasado el tiempo contando la anécdota. Tendremos que dejar la historia de amor para otro día. Prometido queda, diablillos...
Podría empezar acaparando su atención por completo, confesándoles entre susurros que esta entrada nació a las cuatro de la madrugada, en una habitación callada, con la luz apagada, y el corazón roto, pero les estaría mintiendo vilmente, como una bellaca difamadora, una Maria Patiño del montón. También podría comentarles la que se ha revelado como 'anécdota del día', en este sábado frío de narices. Y es que esta mañana, sin previo aviso, un hombre ha llamado a mi puerta. Han leído bien: un hombre. Huelga decir que sus pies se han encontrado con nuestro felpudo, que reza desafiante ‘All you need is love’
Desgraciadamente, se trataba del Señor del Gas, que no tendría planes mejores para hoy, y ha decidido despertarme a las 12:35 de la mañana; cuando me encontraba en una especie de maldito duermevela, después de una noche que podríamos calificar como toledana. Tras abrirle la puerta de mi humilde morada al grito de ¡¡el del Gaaaaaaas!! , esta persona se me ha quedado mirando fijamente a los ojos, evidentemente y como manda la costumbre, sin desmaquillar, y en tono de sorna ha añadido, ‘he venido antes, pero debías de estar...’ ‘Durmiendo’, he dicho terminando la frase por él, ‘estaba durmiendo, que ayer he llegado muy tarde, ¿¿sabe usted, Sr. D. Tocando las narices un sábado por la mañana??’
El señor revisor, pertrechado con un enorme maletín negro, como si de un cazafantasmas se tratara, ha entrado raudo en mi cocina, y ha sacado lo que a todas luces era el mando a distancia de una muñeca chochona gigante. Pero no, era un captador de energías negativas, o eso he creído entender: un aparato que mediría la pureza del aire que se respira en mi casa, que ya sabía yo sin que él me lo dijera que mucha no es. Lo malo es que, ante mi desconcierto, el tipo pasaba el mando cerca de la instalación del gas, y sonaba todo el rato, 'pipipipipipiiiiiiiiii', extremo éste que me ha sobrecogido y me ha hecho replantearme la salubridad del oxígeno que respiro en mi propio hogar. Ha intentado tranquilizarme diciéndome que era normal, 'porque hay muchos aparatos eléctricos en la cocina, que pueden interferir en las energías analizadas', 'sisisisí, y la abuela fuma', pensaba yo. Pero, su cara decía otra cosa, algo así como ‘madre mía, como esto pete un día…’
Menos mal que cuando ha examinado la parte de la instalación más importante de la vivienda, la de la calefacción, su diagnóstico ha sido alentador. ‘Tranquila’, ha dicho, ‘¿ves como ahora no suena? no hay ninguna fuga de gas’. Joder, menudo tacto. Gracias al cielo. Ya estaba imaginando, desde mi desbordante creatividad, que antes de que este intrépido señor abandonara mi casa, esta pobre casa iba a volar por los aires.
Nada, que al final se me ha pasado el tiempo contando la anécdota. Tendremos que dejar la historia de amor para otro día. Prometido queda, diablillos...