Con la que está cayendo, no me negarán que casi mejor tener el carnet del coche para poder escapar vía ‘carretera y manta’ a Brunete, San Chinarro o Pernambuco, según sea el caso y la circunstancia; que siempre llegaremos más rápido a nuestro destino que 'al trote cochinero' al que nos tenía acostumbrados la Querida Dehesa.
Guiada por esta enorme suspicacia y espíritu crítico, antes de iniciar los trámites de una matrícula cualquiera decidí formarme una idea de la situación general, e hice un riguroso estudio de mercado sopesando ofertas para esta descabellada demanda: sentarme en un automóvil sin que me temblaran hasta las pestañas.
En realidad el estudio fue muy riguroso, pero he de admitir que también fue muy breve. Me adentré ilusionada en una autoescuela de provincias y comprobé patidifusa con los ojos en blanco que el precio medio del carnet doblaba el precio de cualquier autoescuela en Madrid. Así que di las gracias educadamente a la señorita que me atendía tan atenta y, como ocurre en estos casos, prometí volver pasados unos días para dar una respuesta definitiva pero no lo hice: me salió infinitamente más rentable coger un autobús hacia la capital y probar suerte allí, emulando al intrépido Paco Martínez Soria, aunque sin ajustarme tanto la boina porque me hacía un poco de daño en las orejicas.
Ya en Madrid parecía que la suerte estaba de mi lado. Al salir del metro, varias personas muy agradables e insistentes me dieron papelillos de colores, mientras servidora les agradecía el detalle y los cogía todos. Después de leerlos detenidamente y descartar aquellos que consistían en ofertas de aparatos para la sordera o rebajas en muebles de oficina, uno de ellos llamó poderosamente mi atención:
AUTOESCUELA TADEO: CON NOSOTROS YA NADA ES IMPOSIBLE.
30€ MATRICULA + 10 CLASES PRÁCTICAS + 10 CLASES DE MANIOBRAS.
CURSOS INTENSIVOS DE 10 DÍAS. GRUPOS LIMITADOS.
Desde luego, como es la publicidad. Cualquiera dice que no a este reclamo, imaginen mi alegría y alboroto, tan grande era que no tardé ni diez minutos en llegar a la autoescuela. Allí otra señorita, superada en este caso concreto por el estrés de la gran ciudad y por la gran demanda de personas que habían acudido a la llamada del ahorro, me atendió entre bufidos y resoplos y me informó en minuto y medio de la oferta que anunciaba el papelillo de color amarillo.
No es que ella fuera demasiado convincente, ni que yo me enterara demasiado bien de las explicaciones que me brindaba -al tiempo que contestaba al teléfono y le gritaba a su compañera que le echara una mano- pero me aventuré, me lié la manta a la cabeza y me dispuse a apuntarme… hasta que se me ocurrió preguntar por el ‘Curso intensivo de 10 días para el teórico’.
Me miró como diciendo ‘¿Estás segura segura, o me vas a hacer perder el valioso tiempo del que no dispongo?’. Ante la ilusión contenida que mostraban mis desesperados ojos llorosos que le suplicaban ‘pero explícamelo despacito, por favor’, ella decidió hacerlo no sin antes observarme con cara de ‘como te suelte todo el rollo y después me digas que no te apuntas, vamos a tener más que palabras tú y yo’. Ain.
Enfrentó sus ojos a los míos y comenzó a hablarme en susurros ‘este curso es para personas que quieren sacarse el teórico en un tiempo récord’, empezó diciendo. Después, tomando mis manos, gesto que interpreté como que empezaba a sentirse un poco atraída por mi, continuó, ‘pero también es un curso intensivo para personas muy especiales’, ahí ya empecé a mosquearme mientras apartaba mis manos de las suyas, pero la tía no me soltaba y continuaba con un tonito un poquito sectario, ‘se trata de un grupo muy reducido de personas, un grupo de élite, de elegidos, que después de 10 días de clases con nosotros tienen asegurado el aprobado en el examen’.
Uy, esto sonaba ya raro. Al tiempo que servidora dejaba volar su desbordante imaginación y visualizaba ceremonias de iniciación en una secta para conductores noveles, con máscaras con una L blanca sobre fondo verde, ella me aseguraba que el éxito era de más del 80 por ciento. Vamos, que muy tonta tenía que ser para no aprobar. ‘¿Cuál es el truco?’, le pregunté intrigada. Dios, ¿tendría que desnudarme o confesar mis traumas infantiles, se enterarían mis compañeros de que no he tenido jamás una caries porque no sé a qué saben las chucherías? Los traumas de cada uno son los traumas de cada uno, oigan.
El truco, el quid, la respuesta correcta era simple y llana, y ella la verbalizó al tiempo que yo suspiré aliviadísima, dijo: ‘Estudiar, sólo vas a tener que estudiar como una perra, y decirme ya si sí o si no, porque mira toda la gente que está esperando y solo queda una plaza para el turno de mañana y dos para la tarde’. Uf.
Al final me he apuntado al grupo de elegidos en turno de mañana. De 9 a 14 horas. Cinco horas intensivas de explicaciones, definiciones y tests con menos de tres fallos porque si no me huelo que la profesora te coloca un cucurucho negro en la cabeza, o unas orejas de burro y te manda de rodillas a un rincón. Eso no lo sé seguro, pero se lo contaré pronto, si sobrevivo a la primera sesión del curso intensivo con el resto del grupo de conductores noveles de élite.
Mañana es el primer día. Deséenme suerte: alea jacta est.