R. no era más que un alma errante*.
Extraviaba con frecuencia su camino para sortear cualquier obstáculo incómodo, aún
más si éste tenía nombre de mujer. De ese modo cumplía con escrupulosa entrega la
única promesa que se hizo a si mismo: esquivar el eterno hallazgo… conseguir burlarse
del amor.
Porque el amor era una estupidez, lo tenía
comprobadísimo. Él decía que volvía a la gente medio idiota y funcionaba como
un invento realmente maligno. Sus mecanismos sumían a las mentes débiles en un
estado patético de semiinconsciencia repentina y conseguían embaucar a muchos
insensatos predispuestos al fracaso.
Creía firmemente en la inutilidad de los
sentimientos y vivía aferrado al pretexto de no concederle a su existencia el
beneficio de ninguna emoción. No necesitaba ese tipo de delirios porque apenas
los había conocido. Quizás por esa razón, no los echaba de menos. Tenía suerte.
O todo lo contrario.
A esas alturas de su vida, estaba bien acostumbrado
a la fidelidad de una soledad muy placentera, tan condescendiente con sus
manías que no habría sabido respirar sin ella. Se había fortalecido gracias a una
amnesia profunda, desconocedora de afectos, que fue concebida sin rencor en medio
del olvido y donde no cabían las debilidades. El amor era sólo eso para R., una
inadmisible y torpe debilidad.
Pero una noche cualquiera quiso la
casualidad hacer trampas con el destino, y precisamente fue R. el que pasaba por allí.
A él le encantaba deambular sólo por las calles desiertas cuando el cielo
descargaba su cólera en forma de tormenta. Sentía que desafiaba a las nubes en
una lucha cuerpo a cuerpo sin el resguardo de un paraguas, y disfrutaba como un
niño al sentir miles de gotas rabiosas golpeando su cara. Allá cada uno con sus
rarezas.
La acera estaba vacía y los pocos
transeúntes sorprendidos por el chaparrón se guarecían bajo los soportales
esperando que escampara. A lo lejos, vio una silueta de mujer que caminaba
despacio bajo la lluvia. Tampoco llevaba paraguas, pero no parecía importarle
el hecho de estar calada hasta los huesos, como él.
A medida que ella iba aproximándose a su
encuentro, acortando paso a paso la distancia entre ambos, sucedió algo
inesperado. Ninguno de los dos sospechaba que aquel hecho fortuito cambiaría
por completo sus vidas errantes.
Continuará...
(Para L. por éste y otros muchos continuará)