miércoles, 3 de diciembre de 2008

Historia de un amor

Héme aquí: pelín acojonaílla, lo confieso. Me disponía, como les prometí, a hablarles de una historia de amor, que me hizo comprender todo el bien, todo el mal. Miren que era bonita. Pero no, sin remedio, me bloqueo. Aparece la presión. Le veo las orejas al primo de María Moliner. Los dedos no me responden: salid mamones… cobardes, pecadores. Es inútil cualquier esfuerzo. Mis falanges se meten, a buenas horas asustadas, en las mangas verdes de este jersey de lana. Aquellas palabras que antes se me encadenaban al cerebro, paradójicamente liberadoras, no fluyen como acostumbraban a hacerlo. Se esconden, tienen miedo. De hecho: tengo miedo. Será que esta terapia tiene, como apuntó un avezado lector, la gama cromática que escogería una empresa de pañales ¿Será que me estoy cagando? Va a ser que estoy cagá. Glup.

Basta con decirles que no estoy acostumbrada a beber y me he tenido que servir un Riberilla del Mercadona que me ayude a superar este insólito trance. Vamos, que además del susto, al final me voy a pillar el pedo fácil ¿El alcoholismo es la primera fase? ¿Nos estaremos convirtiendo, sin querer, en una Terapia maldita? O ¿en una maldita Terapia? Para rematar y añadir a esta compresión mental, hoy se me tiene que ocurrir cocinar, y tengo un arroz ‘a banda’ sin gambas, cocinándose a fuego lento. Sorbito.

Uf. Me vienen a la mente insolentes comas, desairadas tildes, y otros signos de puntación de cuyos nombres no quiero acordarme ¿Pá qué? Después, reparo en los lectores que antes no estaban, cuando éramos una humilde terapia. Sí, 'de culto', como la definía Madre de Servidora, con ese afán que tienen las madres de engrandecer las más pequeñas cosas, 'porque mi niña lo vale'. Aquellos tiempos, hace cinco días, cuando éramos cuatro gatos. Y ahora, que casi nos hemos convertido en fenómeno de masas, capaces de movilizar conciencias y promover debates dialéctico/semántico/ortográficos, dudo. Y la duda me corroe. Qué zozobra, jolín. Me responden, diligentes en sus causas, la RAE y el Wordreference.com. Miren, así no hay quien escriba un párrafo, que llevo media hora con los dos anteriores. Esto es un sinvivir. Por caridad, que estamos en paro, no juguemos con las emociones, los sentimientos, y mucho menos con las palabras. Sorbo largo.

Aun a riesgo de pecar de intrépidos, vamos a contarles la historia de amor, que es a lo que hemos venido, mal que les pese. Ya saben lo que les espera, están a tiempo de dejar la lectura. Reciban de antemano nuestras disculpas por las más que probables faltas, y las irremediables omisiones. Vaya por delante la humildad y el buen hacer que nos caracteriza. Super sorbo.

Y sin más demora, al toro, digo al morbo.
Todo comenzó hace algunos años, muchos más de los que nos corresponde admitir. Cuando las nuevas tecnologías no eran tales, porque estaban en pañales y casi no existían para la mayoría. Entonces el mundo no estaba dominado por los señores de Google, ni por esos duendes invisibles que andan detrás del Youtube. No me pregunten por qué, los imagino con un sempiterno acné juvenil, y dificultades para entablar relaciones interpersonales. El correo electrónico no formaba parte de los quehaceres de cada día, y en vez de conversaciones por Messenger las teníamos cara a cara, 'face to face'. Los novietes y novietas, por supuesto, nos los echábamos en clase, a lo sumo en los parques, comiendo pipas. Y durante las vacaciones abríamos nuestros horizontes sociales. A los más afortunados, nuestros padres nos perdían de vista llevándonos a campamentos de verano.

¡Ains, pero aquel Summer Camp fue tan distinto, tan políglota…!

Perdonen la interrupción, mi hermana me grita histérica desde el salón
- ¡Elenaaaa, el arrooooz!
- ¿El arroz? ¡No, el arroz ‘a banda’ sin gambas!
(Joé, ya se me ha pasao el arroz…)

P.D. Continuará, por mis santos ovarios, esta Historia de un amor…