lunes, 5 de diciembre de 2005

A veces

A veces sólo necesitamos un corte brusco. Puede servirnos un simple apagón. Un espacio en blanco que aprovechar. Incluso un sitio a dónde ir. Parar un momento y darnos cuenta de que lo que pasa alrededor es real. Y como todo, tendrá sus consecuencias.
También creemos que lo que tendremos que hacer será fácil. Porque al principio sólo se trata de aprender e ir tirando, cada uno como pueda. Como en un viaje de metro en el que después de cada parada, te espera el oscuro y silencioso túnel.

Ana aprovecha los viajes en la red de transportes para hacer lo que más le gusta: Mirar. Y sabe hacerlo, porque la gente no parece ofenderse. Al contrario.
Cuando la afluencia de viajeros se lo permite, se sienta en cualquiera de los lugares libres y saca su cuaderno. Ocupando así la mayor parte de su tiempo en blanco. Escribe acerca de lo que ve. Esas personas anónimas a las que ella pone nombre e historia alternativa. Pedacitos de la ciudad que sienten y padecen una vida que Ana inventa y que casi siempre tiene final feliz. Para tristezas ya está la realidad.

A veces necesitamos lo que no tenemos. Ese hueco que permanece dormido esperando una llamada. Una mirada que nos conmueva, o una caricia que nos erice la piel. Quizás tan sólo sea la intriga de lo que nos aguarda, la incertidumbre de un mañana. O la certeza de aquello que ya no conseguiremos. Confiamos en que la vida nos siga sorprendiendo, aunque corramos el riesgo de que no nos guste lo que veamos. O lo que vivamos. Al final, todo termina pasando en primera persona. Cada uno a lo suyo.


Todos los cortes son bruscos, y los principios difíciles pero nunca eternos. Y con los finales se acaba por terminar siempre. ¿Por qué no hacemos que no nos conocemos?

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