miércoles, 13 de febrero de 2008

Soledad desnatada con sabor a limón

Los cambios aparecen como condicionantes impuestos por el destino. Benditos sean. Supongo que nos sirven para hacernos mayores, reordenar prioridades y recordar aquello por lo que luchamos. He de admitir que desde que se produjo la transmutación laboral requerida en mi incierto futuro, soy otra persona. Me ha cambiado la cara y hasta me sorprendo sonriendo a escondidas, como antaño.

Desgraciadamente, sigo sin medir un metro ochenta y otras menudencias efímeras, pero he dejado de ser la versión desmejorada en la que me convertí hace unos meses, y voy aproximándome a la versión original de lo que quisiera ser (que en estos tiempos que corren ya es algo) Porque a veces, las satisfacciones más grandes son las menos lujosas. En muchas ocasiones sólo tenemos que ser pacientes.

En este momento de positivismo que me invade, recibí ayer en el despacho de mi nueva jefa a un amigo entrañable. Nos conocimos este verano y entre nosotros surgió una química casi instantánea. Antonio apareció a media mañana sin avisar, como llegan los telegramas portadores de buenas noticias, llamando despacito a la puerta y con sus ojos vivos reflejando buenas sensaciones. Su cara de sorpresa al encontrarme allí fue memorable, la mía al verlo no pudo esconder una inmensa alegría.

En los casi cuarenta minutos que estuvimos hablando, a ninguno de los dos se nos borró la sonrisa de la cara. El reencuentro nos había resultado tan gratificante que entendimos que era el momento para que fuéramos juntos a ver la película que le había emocionado hacía poco, La Soledad, obra que me confesó que le había llegado muy hondo. Por encontrarnos los dos en un estado de subidón emocional, podríamos hacer frente, como almas sensibles que somos, al espectáculo lacrimógeno. La película es muy dura, me dijo. Pues mejor que vayamos ahora que estamos en la cresta de la ola, pensé.

De este modo, quedamos esa misma tarde en los cines Ideal para lo que sería, sospechaba ingenua, una velada triste. A la sesión de las diez. Tan concienciada estaba para reflexionar y emocionarme con La Soledad, ganadora del premio Goya a la mejor película de este año, que decidí visitar a la amorosa Manu que vive por esa zona, y que siempre es un motivo que me alegra la existencia. Juntas paseábamos por la Plaza de Jacinto Benavente, cuando faltaba media hora para mi cita con Antonio, instante en el que reparé que alguien me llamaba.

Era él, Antonio iba con un chico. Sonreímos pensando en la coincidencia. Él, a su vez, acababa de encontrarse con un locutor al que admiro y al que profeso un secreto y platónico amor (que confieso ahora porque no creo que jamás sepa de mi existencia más allá de estas líneas) O sí. Mi cinéfilo amigo me dijo que este periodista haría la presentación esa misma noche del nuevo disco de Javier Limón, joven músico y productor, y uno de los jóvenes talentos de nuestro país.

Decidimos, no sin dudas, cambiar el plan solitario por el populoso. Y allá que nos encaminamos los cuatro, divertidos. Menos mal que lo hicimos. De repente, nos encontramos asistiendo a un conciertazo ejecutado de forma magistral por J. Limón y su banda, que además contó con las colaboraciones de la fabulosa Concha Buika y el cantaor Rafita.

Los músicos comenzaron interpretando una maravillosa versión de Suspiros de España, que describía tan bien mi postura mirando al escenario, y de reojo a mi admirado locutor, que asistía al espectáculo entre el público presente, plagado de caras conocidas y otras a las que les encantaría serlo. Famoseo sentado en las butacas y arte en estado puro sobre el escenario. Como colofón, el taconeo de Farruco me trasladó a la realidad, y después al cóctel en el patio donde se celebraba el evento, en el Colegio de Médicos de Madrid. Una velada irrepetible. Un capricho del destino, una soledad que se transformó en un lujo. Un placer con sabor a limón.

P.D. Gracias siempre, Antonio

3 comentarios:

Nootka dijo...

Una velada sin igual, querida. Gracias, amiguita, por tanto: por los tacones de farruquito, por los claveles, por las alegorías del techo, por las que nos miraban y no nos veían, por ser tan fan de la alegría.
Y, por supuesto, gracias por el inolvidable niño ostra, que he devorado con unas gotas de limón.

Mr Tambourine Man dijo...

González: ¡Mágnífica crónica! No pongo ni un pero. Intensa, atractiva, bien narrada. Y personal, que es lo más importante. ¡Qué bien te sienta la nueva situación! Si, yo también te veo más guapa.
Más.
Jur.

Mr Tambourine Man dijo...

No creo. A ver si llego a tiempo del anuncio ése que dice "el fregar se va a acabar".

Me alegro de que te haya gustado. Por cierto, el nombre E. es una de mis ensoñaciones.

Jur.
C.